Recapitulemos brevemente lo que ya hemos avanzado en los artículos anteriores de esta serie. Las ópticas anamórficas no mantienen la proporción de aspecto final que buscamos en la imagen. En su lugar comprimen dicha imagen horizontalmente, de modo que es más estrecha –cuando se captura en un sensor digital– que en la realidad que estamos filmando. Si rodáramos un círculo –que estuviera en frente de una óptica de estas características– se convertiría en un óvalo en el sensor. La mayoría de las ópticas anamórficas comprimen la imagen por un factor de 2, aunque existen algunas que lo hacen por un factor de 1,3 o de 1,5.

Los motivos para rodar con objetivos anamórficos han cambiado con el paso de las décadas. Al principio, la estructura del grano de los negativos no era suficientemente fina para rodar películas en formato panorámico con ópticas esféricas. El empleo de esta clase de ópticas para capturar una imagen con proporción de aspecto de 2,55:1, 2,35:1 o –a partir de 1970– 2,39:1 sólo hubiera aprovechado la mitad del área del negativo disponible para su exposición. El resultado de semejante desperdicio hubiera sido una película final con presencia muy importante de grano. Por comparación, las ópticas anamórficas comprimían la imagen panorámica ocupando la práctica totalidad del fotograma –de proporción 4:3– lo que daba lugar a una imagen más limpia y de mayor calidad.

Una óptica anamórfica es una óptica esférica a la que se agrega un elemento integrado que anamorfiza el campo óptico. Lo hace por medio de prismas contra-rotatorios, espejos curvos y/o elementos ópticos cilíndricos. Tal elemento opera con su distancia focal en infinito sin afectar al foco, pero reduce considerablemente la luminosidad. Así, cambia el ángulo de visión horizontal de la óptica -por un factor de 1,3, 1,5 o 2, como ya se ha dicho- pero no modifica en absoluto el ángulo de visión vertical.
En la práctica, toda óptica anamórfica aúna las prestaciones de dos distancias focales combinadas en una. En consecuencia, requiere el doble de resolución que una esférica –en pares de líneas por milímetro– para proporcionar la misma calidad de imagen. Por ejemplo, una óptica anamórfica de 50 mm mantiene el ángulo de visión vertical de cualquier óptica esférica de 50 mm, pero su ángulo de visión horizontal equivale al de una óptica esférica de 25 mm. Esta peculiaridad influye en la profundidad de campo. Si queremos calcularla –de manera segura– debemos seguir basándonos en una distancia focal de 50 mm, no de 25 mm. Hay que tener en cuenta que, aunque cubre el mismo ángulo de visión horizontal que una óptica esférica de 25 mm, sólo presentará la mitad de la profundidad de campo de esta.

La fabricación de ópticas anamórficas era –y es– significativamente más compleja que la de ópticas esféricas. Aquellas presentan toda una serie de características ópticas únicas que, o bien no se encuentran en las esféricas, o bien aparecen de forma mucho más reducida en estas. Entre las más destacadas se encuentran:
- El estiramiento vertical de todas las partes de la imagen que no están a foco, lo que provoca el tan conocido bokeh ovalado, notable en especial en las altas luces especulares desenfocadas:

- La reducción de la profundidad de campo:

- El incremento de la curvatura de campo, que proporciona mayor presencia a las figuras sobre el fondo, con respecto a ópticas esféricas de distancia focal equivalente:

- La aparición de distorsiones geométricas extremas en los grandes angulares:

- La presencia, muy intensa y frecuente, de reflejos internos ovalados:

- La abundancia de imágenes fantasma y velos:

- La respiración severa en los cambios de foco:

- La notable disminución del rendimiento cuando se enfoca objetos o sujetos muy cercanos, lo que produce fenómenos como el “efecto paperas o efecto zampabollos”:

- La ausencia de uniformidad en la luminosidad a través del campo de visión:

- La constante presencia de aberraciones cromáticas muy fuertes:

- La típica aparición de flare en forma de una línea horizontal azul cada vez que una fuente de luz intensa se dirige hacia la óptica:

Resulta revelador comprobar que, si analizamos las primeras películas rodadas en CinemaScope, la mayoría de estas características brillan por su ausencia -y cuando están presentes son poco notorias y duran poco tiempo en el plano. Lo que nos viene a decir este hecho es que los directores de fotografía de esa época las consideraban “defectos ópticos” abominables, que había que evitar a cualquier precio. Como hemos indicado, el motivo para usar esta clase de objetivos era reducir el grano en películas de formato panorámico. Esa era la única prestación que se buscaba: obtener una imagen panorámica de alta calidad.

Durante las décadas de los cincuenta, los sesenta y los setenta del pasado siglo se mantuvo esa consideración por encima de todo. Pero el paradigma mutó de manera progresiva durante los ochenta y los noventa. Los directores ansiaban encontrar nuevas formas de expresar su visión artística en las películas. De modo que comenzaron a emplear las características distintivas de las ópticas anamórficas como herramientas muy efectivas para ayudar a contar historias visualmente.
El resultado es muy visible en la mayoría de las películas rodadas en formato anamórfico, tanto durante esas décadas como hoy en día. El bokeh vertical se exacerba para otorgarle un aspecto pictórico impresionista a los fondos. Cualquier espectador –lego en esta materia– puede distinguir enseguida ese tipo de desenfoque del de una película en la que se hayan utilizado ópticas esféricas. La profundidad de campo suele ser escasa. Los reflejos internos ovalados –y su uso con luces de alta intensidad presentes en el plano– sirven como indicio y metáfora del estado de salud mental de los protagonistas. Entre los tópicos más manidos del género de terror encontramos el recurso a que uno de los personajes apunte con una linterna a cámara –para crear las correspondientes líneas azules horizontales– inmediatamente antes de que acontezca algo que haga saltar a la audiencia de sus butacas.

La evolución y el desarrollo de estas características como instrumento narrativo ha sido gradual. Si comparásemos de golpe la imagen de una película en CinemaScope de los años cincuenta con el festival de reflejos internos y de aberraciones presentes en una película relativamente reciente, como “Star Trek” (J. J. Abrams, 2009), el shock es mucho más intenso que si analizamos películas de cada década transcurrida entre ambas.

Pero la historia no termina ahí. La actual preponderancia del uso de cámaras de cinematografía digital ha generado un renovado interés y entusiasmo por las ópticas anamórficas. El grano ya no es un problema, sino su ausencia. Muchos profesionales consideran que las imágenes que pueden obtener con las nuevas cámaras son demasiado limpias y carecen de textura y de la cualidad orgánica que otorgaba el ruido aleatorio en el proceso fotoquímico. Para agregar un poco de ese “carácter orgánico”, la utilización de ópticas anamórficas ha vuelto a ganar popularidad. Y los principales fabricantes han diseñado toda una nueva gama de ópticas de esta clase, intentando evitar o pronunciar sus efectos a voluntad del usuario. De estas nuevas gamas hablaremos en nuestro siguiente artículo.
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